Gustavo Tarrío acaba de estrenar Menos detalles en El Galpón de Guevara. Escrita y dirigida por él, la obra se presenta como un cuento de hadas contemporáneo basado en un hecho real y doloroso, que –con humor, teatro de objetos, música y sombras– se convierte en un acto de resistencia poética. Tarrío, referente del teatro independiente argentino por su versatilidad estética y su profunda sensibilidad para abordar temas complejos sin solemnidad, habla aquí de la imposibilidad de narrar el dolor, de los viajes truncos y de la potencia de una escena que prefiere sugerir antes que explicar. El mismo Tarrío lo explica: “Todos los recursos están pensados para que no se pierda ese pulso. La idea es que no se vean como técnicas aisladas, aunque siempre es un misterio saber cómo funciona hasta las primeras pasadas. No me gusta mucho la idea de lo multidisciplinario porque el teatro permite integrar cualquier cosa de manera artesanal, y si no se integra lo empezás a ver como técnicas aisladas. Lo de “chemsex” es un poco una provocación, aunque seguramente también contiene una técnica escénica. Pero ahí está, es una escena importante de Menos detalles”.
—¿Cómo convertiste una historia real en un cuento de hadas para adultos?
—Sí, la obra es un cuento breve a partir de una historia real de Rocío Gómez Cantero. Una experiencia dolorosa que también incluyó en su momento buenas dosis de humor y de fantasía, porque la tragedia sucedió en un festival de marionetas en Francia. Por eso la puesta está fundada en ese clima de alucinación, propio del paso atrás que podemos dar cuando la realidad es tan puntiaguda que parece una película en la que la comedia y el horror se amalgaman.
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—¿Qué implicó trabajar con Carolina Saade y Gerardo Porión en esa fusión de actuación y objetos?
—La gran novedad, para Carolina y para mí, fue trabajar de lleno con un especialista en teatro de objetos como Gerardo. Y a partir de su trabajo conjugar con el diseño de arte de Paola Delgado y de iluminación de Fernando Berreta. Ese trío es la identidad visual de la obra, que es superartesanal y al mismo tiempo robótica.
—¿Por qué mostrar los mecanismos escénicos en lugar de ocultarlos?
—Seguro que no es una teoría mía, pero en todos mis espectáculos comprobé que cuando el truco está a la vista la magia no solo no se debilita, sino que se multiplica. La manipulación se comparte con el público todo el tiempo que es invitado a ser testigo de la creación de las escenas, aun con sus traspiés y sus imperfecciones. Es un poco la intención de reproducir la construcción recontrasubjetiva de un relato íntimo.
—¿Qué representa la frase “por favor, menos detalles”?
—Es una frase de la historia real de Rocío. “Menos detalles” es un recorte de ese relato. La obra tiene un tema que es el de la imposibilidad de escuchar y de ver el dolor del otro. Algo que le pasó a Rocío y que tomamos como lo más importante, incluso prescindiendo de los datos anecdóticos y documentales. En la puesta evitamos todo eso, tratando de encontrar una síntesis de lo que pasó para llegar a ese momento en el que el acto tan simple de contar se hace imposible.
—¿Cómo funciona el viaje como estructura del relato?
—Menos detalles está jalonada por dos viajes, el de la ida y la vuelta. En la ida la protagonista viaja con su madre. En la vuelta, ya no. Así que esos dos viajes son todo. Aun así, no falta el humor y la música. Porque en el cuento hay una perspectiva, la lectura de unos acontecimientos que no viví.
Las canciones que suenan
J.M.D.
Para Gustavo Tarrío, el teatro se construye con canciones tanto como con escenas. No es casual que Menos detalles esté atravesada por música original de Pablo Viotti, con quien trabaja desde hace años. “Hasta que no aparecen las canciones siento que la obra no arranca en mi cabeza”, confiesa Tarrío, que no piensa el sonido como un fondo, sino como un núcleo emocional. En esta obra, la música ocupa un lugar central: no solo por lo que se escucha, sino por la manera en que orienta el ritmo del relato y el estado de los personajes. Pero también hay otra capa fundamental: el cuerpo. Milva Leonardi colaboró en el diseño de movimiento para lograr que cada gesto cuente algo, incluso cuando no hay palabras.
El resultado es una pieza que, aunque nace de un episodio real atravesado por el dolor, no se propone como un drama literal. Es, en palabras de Tarrío, un “cuento triste” que no se narra desde la solemnidad sino desde la potencia poética del artificio teatral. Los títeres, los objetos, la manipulación a la vista, los mecanismos expuestos: todo en Menos detalles busca acercarse a la emoción desde una distancia lúdica, afectiva y artesanal. Y aunque la historia remite a una ausencia —la de alguien que se subió a un viaje del que no volvió— el final no se instala en la pérdida, sino en la vibración que deja lo compartido.
“Nos propusimos contarlo todo con la menor cantidad de palabras posibles”, dice Tarrío. Y quizás por eso lo que permanece al final no es la anécdota ni el dato concreto, sino una sensación difícil de definir: el deseo de que, incluso después de una historia dura, al espectador le den ganas de bailar.