Qué hacer con Cristina

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La Corte Suprema dejó firme la condena a Cristina Kirchner en la causa Vialidad: seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Firmaron Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti. En materia judicial, el asunto está cerrado. Pero en la política, lo que se cerró es apenas un capítulo. ¿Es esto el fin de una era o el comienzo de una estrategia para que CFK se convierta en algo más fuerte que una candidata: un símbolo?

Desde que salió a responder, Cristina armó el escenario. En un mensaje con escenografía quirúrgica, desde la sede del PJ apuntó contra el “Partido Judicial”, habló de proscripción y sugirió que el poder económico necesitaba sacarla del juego. Lanzó críticas a Héctor Magnetto, el histórico CEO de Clarín, y trató a los jueces supremos de “monigotes”. El tono, lejos de un retiro, fue el de quien todavía está en la cancha. Tal vez no como jugadora, pero sí como dueña de la pelota.

No es una idea nueva. CFK viene ensayando el papel de perseguida desde hace tiempo. En su alegato dijo que la sentencia estaba escrita antes del juicio. Habló de fusilamiento mediático y judicial. Y del intento por dejarla afuera del sistema, aunque su capital político siga intacto.

Esa figura -la líder acorralada pero activa- conecta con una lógica muy peronista: la del sacrificio que legitima y emparenta con el creador del movimiento, Juan Domingo Perón, que pasó 18 años en el exilio, proscripto, pero gobernando el partido a control remoto. Cristina, proscripta, deja también de ser opción en la boleta, pero puede convertirse en un estandarte. En este caso, su exclusión, para el sector más fiel a ella, no la borra: la multiplica. La deja en condiciones de bendecir, vetar o moldear al que venga. Y al mismo tiempo dispara el temor de aquellos que ya sufrieron el “dedazo” de Cristina. Gobernadores, intendentes, sindicalistas. Todos acompañaron en cada elección, pero cuando ganaron se sintieron excluidos. Esta vez la experiencia aporta una templanza diferente: los sindicalistas están cautos, los gobernadores peronistas casi ni se escucharon y los intendentes están expectantes. Los juegos del hambre están por comenzar.

La condena, desde un punto de vista pragmático, termina ordenando lo que Cristina Kirchner no supo ordenar: la sucesión del liderazgo peronista. Hasta hace unas semanas su jefatura estaba discutida por Axel Kicillof. Ahora, su situación la coloca en una posición diferente: puede influir, ordenar, señalar. Convertir su condena en relato. Y ese relato, en poder. No con el estilo clásico del despacho y la lapicera, sino como jefa de una narrativa que otros no pueden escribir.

La martirización de Cristina tuvo un necesario paso previo, que fue  anunciar su candidatura en la Terccera Sección Electoral de la Provincia para madrugar a los jueces y ponerlos en la disyuntiva de condenar a una candidata potencialmente ganadora. A diferencia de lo que hace siempre, dilatar la postulación hasta último momento, esta vez se apuró porque sabía que se estaba cocinando su sentencia en el máximo tribunal. Eso le permitiría hablar de proscripción, aunque lo cierto es que las evidencias en el expediente Vialidad son demoledoras contra ella. 

La causa. En el expediente se determinó que hubo una estructura institucional montada para beneficiar, sistemáticamente, a Lázaro Báez, amigo personal de los Kirchner. El núcleo fueron 51 licitaciones en Santa Cruz, otorgadas casi en exclusividad al Grupo Austral. El 80 por ciento de la obra pública vial nacional que fue a Santa Cruz terminó en sus empresas. La plata iba por decreto, sin pasar por el Congreso. Se hizo foco en el Decreto 54/2009, que habilitó el uso discrecional del fideicomiso vial. Para los jueces, esa firma de Cristina Kirchner fue una pieza más del engranaje. Para la defensa, era una norma general, vigente hasta hoy.

Lo que sí se rompió fue el control parlamentario. Durante años, los presupuestos para Santa Cruz llegaban al Congreso recortados o disfrazados. La fiscalía lo llamó “apagón informativo”. En paralelo, los peritajes técnicos (cinco en total, pero todos con irregularidades) sirvieron para mostrar la otra cara del sistema: rutas que se cobraron y no se hicieron, obras inconclusas y pagos anticipados a constructoras con poco más que un sello. La relación comercial entre Báez y los Kirchner tampoco fue negada. Al contrario, la defensa la reconoció. Hoteles, alquileres, transferencias. Para los jueces, eso era la razón de fondo: el vínculo económico que cerraba el circuito. Y a eso se sumaron mensajes de texto del ex secretario de Obras Públicas José López, que hablaba del “plan limpiar todo”, recuperado de otra causa. Aunque la defensa cuestionó su legalidad, el tribunal los leyó como una señal clara de que, al final del mandato de Cristina Kirchner, sabían que había cosas que esconder. 

También hubo informes de la AGN y papelería administrativa que se sumaron sin debate oral, otro punto de roce con la defensa, que lo planteó como una violación al derecho de defensa. Pero para los jueces, el combo alcanzaba. No hacía falta probar que Cristina firmó cada expediente: bastaba con demostrar que supo, sostuvo y no detuvo. Eso fue lo que escribieron. Y eso es lo que ahora se discute en otro plano, más narrativo que penal. Esta fue la principal crítica que le hizo la Corte a los escritos de Carlos Beraldi, el abogado de la ex presidenta. 

Uno de los flancos que más expuso el abogado defensor fueron los vínculos entre jueces y dirigentes opositores al peronismo. Mostró fotos, habló de partidos de paddle con Mauricio Macri, armó el mapa de afinidades, pero nunca terminó de explicar por qué eso invalidaría la imparcialidad del tribunal. La Corte lo marcó: mucho señalamiento, poca demostración concreta. Tampoco ayudó que aceptara sin chistar la sociedad comercial entre Cristina y Lázaro Báez, un dato que, para los jueces, apuntala la condena. No intentó discutir la relevancia penal de ese vínculo ni desmontar su lógica.

Otro punto que resaltó el fallo fue el timing fallido. Beraldi no impugnó con fuerza ni consistencia los mensajes sacados del celular de José López, que después fueron parte clave del fallo. No los objetó cuando los presentó la fiscalía, y cuando quiso reaccionar, ya era tarde: la prueba estaba adentro y con moño. Para la Corte, lo que no hubo fue una estrategia jurídica sólida. Y ese vacío terminó jugando en contra: dio aire a la hipótesis de que Cristina eligió la pelea política porque en el terreno técnico-legal ya no quedaba mucho por hacer.

Reacción. Al mismo tiempo que salía el fallo, el kirchnerismo se activó como si hubieran apretado un botón rojo. No hubo sorpresa, pero sí reflejo. Cristina pasó de condenada a víctima y la narrativa se reordenó con velocidad quirúrgica: esto no es justicia, es persecución. Esa misma noche del martes 10 de junio, militantes empezaron a llegar primero a la sede del PJ en la calle Matheu y luego a la casa de ella en Constitución como si fuera una catedral de los agraviados. Fogones, cánticos, banderas, viejas glorias del kirchnerismo y nuevos fieles. Cristina salió dos veces a saludar. No habló, pero no hizo falta: con el gesto alcanzó para encender la liturgia. 

Pero la jornada también tuvo desbordes. Hubo cortes de autopista, paro de aviones e incluso un grupo de militantes entraron a las instalaciones de TN, el canal de noticias del Grupo Clarín con una mezcla de bronca y adrenalina. Hubo gritos, cantos contra Héctor Magnetto, piedras y destrozos. Rompieron los autos del periodista Marcelo Bonelli, del consultor Jorge Giacobbe y de otros trabajadores como una vestuarista, una editora y un camarógrafo. 

Al día siguiente continuaron las novedades: CFK pidió la prisión domiciliaria y solicitó que sea en el coqueto departamento de la calle San José, esquina Humberto Primo, en Constitución. Es el departamento de su hija Florencia, con quien convive desde los días posteriores al intento de asesinato que tuvo en septiembre del 2022. Pisos de pinotea, detalles de mármol, un estilo señorial y techos de 4 metros de alto. Y abajo, como entrada, una alegórica puerta de hierro. La elección del lugar tiene un motivo fundamental: estar cerca de su hija Florencia y su nieta Helena. En un reportaje con Pablo Duggan en C5N en 2023, la ex presidenta dijo: “Mi hija me necesita y siento que si a mí me pasara algo ella sufriría mucho y podría agravarse su patología, su enfermedad. Ella me ha dicho: ‘No pienses en mí, hacé lo que tengas que hacer’. Mi hija es una extraordinaria mujer que está enferma”.

El otro motivo de la elección del lugar tiene que ver con la cercanía con el centro de poder. Una vez que baje la espuma de la gente aglomerada en la puerta de su casa, podría comenzar la peregrinación a su propia “Puerta de Hierro”, como era en la década del 60 en Madrid cuando dirigentes argentinos visitaban a Perón en el exilio.  

Mientras, Cristina se mueve. Desde el miércoles, la sede del PJ en Matheu volvió a ser oficina de rosca. Sin cámaras, sin comunicados, con la presencia de algunos intendentes, sindicalistas, camporistas. El jueves se buscó darle mayor amplitud a la convocatoria y participaron Sergio Massa, Juan Grabois y Guillermo Moreno, pero nadie de Axel Kicillof, su retador en la interna del peronismo hasta antes de la condena. Todo indica que lo seguirá siendo.

La pregunta flota en el aire: ¿van a respetar la centralidad simbólica de Cristina o alguien se anima a disputar ese rol?
Por ahora, ella logra lo que pocos: crecer en la derrota. No necesita ganar una elección. Le alcanza con imponer el tono del relato. Su exclusión alimenta la épica. No busca volver. Busca quedarse. Desde otro lugar, pero con el mismo peso. No con votos, sino con aura. Convertir la condena en consagración, la sentencia judicial en bandera, la retirada obligada en el centro de la escena. Transformarse en un mito. 

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