Nepal. El reformismo fracasa una vez más

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Por Rahul J.P. e Imran Kamyana

Nepal lleva dos días envuelto en llamas. Las valientes protestas de decenas de miles de jóvenes sacudieron toda la estructura del Estado. Como el movimiento está liderado por activistas muy jóvenes, le llaman protesta de la Generación Z, es decir, la generación nacida entre 1995 y 2010 (anteriormente, los movimientos de Kenia y Bangladesh llevaron el mismo nombre). A pesar del anuncio del gobierno de levantar la prohibición de las redes sociales -que había desencadenado las protestas en primer lugar-, las manifestaciones no se detuvieron. Al contrario, se intensificaron en Katmandú y otras ciudades. La brutal represión estatal ya se cobró la vida de al menos 19 jóvenes manifestantes. Mientras tanto, los informes sugieren que tres agentes de policía y la esposa del ex primer ministro y ex presidente del gobernante Partido Comunista, Jhala Nath, también han muerto a manos de los manifestantes. El número de heridos es incontable.

Según las últimas actualizaciones, tanto el parlamento como la residencia del primer ministro han sido incendiados, mientras las redes sociales se inundan de informes y vídeos que muestran a altos cargos del gobierno, incluidos ministros y sus familias, bajo ataque directo. Anteriormente, tres ministros -entre ellos el de Interior y el de Salud- habían renunciado ante la intensa presión pública. Finalmente, el Primer Ministro, K.P. Sharma Oli, también se vio obligado a renunciar. Oli afirmó que dio este paso para «allanar el camino a una solución constitucional». Pero en realidad, la situación escapa al control del Estado. La despiadada represión del llamado gobierno «comunista» no ha hecho más que robustecer el movimiento en lugar de aplastarlo. También circulan rumores de que Sharma Oli, junto con sus numerosos ministros, ha huido del país. Las exigencias de los jóvenes rebeldes han ido mucho más allá del levantamiento de la prohibición de las redes sociales: ahora incluyen medidas decisivas contra la corrupción y el nepotismo, responsabilidad y transparencia, y la destitución total del gobierno actual.

Esto comenzó hace una semana, cuando el gobierno impuso una prohibición a las redes sociales. Esa prohibición acabó con la paciencia de los jóvenes, y la ira y la frustración acumuladas durante años en condiciones de miseria económica finalmente estallaron. El gobierno había justificado la prohibición en nombre de la «regulación», pero estaba claramente dirigida a acallar las voces disidentes y encubrir la creciente crisis política y económica que se escondía bajo la superficie. Esto demuestra que el gobierno era muy consciente del descontento entre las masas. Pero cuando decenas de miles de jóvenes salieron a la calle para manifestarse contra la medida, las armas del Estado desgarraron sus cuerpos. En un solo día, se llevaron la vida de 19 víctimas inocentes y cientos resultaron heridas. Se trata del mayor número de muertes en un solo día durante una protesta en la historia de Nepal. Anteriormente, durante el movimiento de 2006 contra el rey Gyanendra, murieron 25 personas, pero a lo largo de varias semanas.

Las protestas masivas, y la forma brutal en que el gobierno de Oli las aplastó, dejan claro que la dirección del Partido Comunista gobernante en Nepal no es comunista ni está conectada en modo alguno con los ideales revolucionarios del marxismo y el comunismo. Sin embargo, al igual que con muchos otros gobiernos supuestamente «antiimperialistas» o de izquierda, los círculos reformistas de izquierda de todo el mundo llevan mucho tiempo hablando maravillas del gobierno nepalí e ilusionando a los trabajadores. Entre ellos se incluyen no sólo (aunque hay excepciones) las corrientes vinculadas al estalinismo y al maoísmo, sino también muchas de la «Nueva Izquierda.» Son los mismos que depositan esperanzas en Rusia y China y, en nombre del «antiimperialismo», llegan a defender regímenes como el de Maduro en Venezuela, Bashar al-Assad en Siria e incluso a los clérigos iraníes. No hace mucho, celebraban el gobierno de Sharma Oli como un «renacimiento de la izquierda» en el sur de Asia. Incluso ahora, muchos de ellos negarán la realidad del territorio y descartarán el movimiento actual como una «conspiración imperialista», exponiendo una vez más su oportunismo y bancarrota ideológica.

La situación actual en Nepal demuestra una vez más una verdad fundamental: cualquier gobierno que llega al poder dentro de los confines del capitalismo -ya se llame comunista o socialista- se convierte en última instancia en custodio y ejecutor de los intereses de la clase capitalista y del Estado. El mismo Oli, que que alguna vez asumió con las esperanzas de las masas nepalíes y con consignas de antiimperialistas, hoy sirve como agente de los proyectos imperialistas, empapando sus manos con la sangre de los trabajadores nepalíes.

Estos acontecimientos demuestran que la emancipación y la liberación de las masas trabajadoras no pueden lograrse mediante reformas dentro del capitalismo. En sistemas capitalistas atrasados y en crisis como los de nuestras regiones, la posibilidad misma de reformas significativas, desde un principio no estuvo planteada. En la actual fase de decadencia histórica del capitalismo, los reformistas que se apoyan en sus instituciones huecas se ven inevitablemente forzados a seguir el camino del neoliberalismo. Por eso cada vez es más difícil distinguir el reformismo de izquierda de las políticas tradicionales de la derecha, lo que allana el camino para el auge de las tendencias fascistas de extrema derecha. Los caminos erróneos del estapismo, el gradualismo y el reformismo conducen en última instancia al mismo destino: el declive de los movimientos, la represión contra los elementos revolucionarios honestos dentro de ellos, la protección de las inversiones imperialistas y el uso de la maquinaria estatal contra la clase obrera. De este modo, las debilidades o desviaciones teóricas se convierten en crímenes históricos. Los errores de un momento pueden imponer un castigo a generaciones enteras.

El detonante inmediato de este movimiento fue la prohibición de las redes sociales, la gota que colmó el vaso. Detrás se escondía una rabia profundamente arraigada contra la corrupción, la pobreza extrema, el desempleo en constante aumento y la desvergonzada indulgencia de la élite. Hoy, cientos de miles de jóvenes nepalíes se ven obligados a buscarse la vida en el extranjero. En los países del Golfo, los trabajadores nepalíes son considerados de los más explotados y los más baratos. Los que no pueden emigrar se ven obligados a sobrevivir sólo con las remesas. Esto es un crudo reflejo de una economía capitalista quebrada y de sus estructuras políticas huecas.

De los aproximadamente 30 millones de habitantes de Nepal, la inmensa mayoría se enfrenta a la pobreza, el hambre, las efermedades y miseria. Sharma Oli llegó al poder en 2015. Sin embargo, incluso después de una década, la tasa oficial de pobreza extrema sigue estancada en el 20%, y Nepal sigue figurando entre los países más subdesarrollados del mundo según las Naciones Unidas. Desastres naturales como terremotos e inundaciones han agravado aún más esta devastación social. Pero lo cierto es que el Estado no tiene capacidad para socorrer a la población. Toda la sociedad se ha convertido en un polvorín de contradicciones explosivas.

La expresión más flagrante de estas contradicciones es el incesante aumento del desempleo. Según los informes del gobierno, la tasa de desempleo global ya ha superado el 12,6%, mientras que entre los jóvenes se ha disparado hasta el 22,7%, y se espera que aumente aún más a finales de año. No se trata sólo de estadísticas. Cada cifra representa una vida arruinada, una esperanza rota y el llanto de un joven al que no le queda más opción que el humillante camino de la emigración para alimentar a su familia.

Las tres últimas décadas en Nepal han sido marcadas por interminables escisiones, fusiones y nuevas divisiones dentro de los partidos comunistas-maoístas. De 1996 a 2006, los maoístas libraron una guerra civil contra el Estado. Murieron unas 18.000 personas, entre ellas 8.000 guerrilleros maoístas y 4.500 miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. La guerra terminó en 2006 con el «Acuerdo General de Paz» (hay que resaltar que el estallido revolucionario en las ciudades de Nepal ese mismo año desempeñó un papel decisivo a la hora de forzar la retirada del Estado). El acuerdo se basaba esencialmente en el compromiso de los maoístas con el Estado. Según la teoría de las etapas, creían haber completado la etapa democrática antiimperialista (principalmente contra la dominación india) de la revolución, abriendo así la puerta a la abolición de la monarquía y a ciertas reformas democráticas.

Pero las masas revolucionarias de Nepal -especialmente los jóvenes-, que tanto sacrificaron con la esperanza de una vida mejor, libre de explotación y opresión, vieron esas esperanzas truncadas en los años siguientes. Desde la abolición formal de la monarquía en 2008, el país ha estado sumido en una crisis política crónica. Los gobiernos se han derrumbado, las alianzas se han formado y roto, y los primeros ministros fueron y vinieron. En estos 17 años, Nepal tuvo 13 gobiernos distintos. Durante este tiempo, también han llegado al poder en tres ocasiones personas del Congreso Nepalí, favorable a la India, y se han instalado repetidamente gobiernos interinos. Hoy, la situación es tal que tanto el gobierno como la oposición están dirigidos por partidos comunistas.

Sharma Oli llegó al poder por primera vez en 2015. En 2018, volvió con una posición relativamente estable gracias a la alianza comunista. En aquel momento, hizo grandes promesas de prosperidad, empleo y desarrollo. Pero la realidad actual cuenta una historia totalmente distinta. La corrupción empeoró, la desigualdad de clase se profundizó y, en el intento de escapar de las garras de India, Nepal se lanzó al regazo de China. De hecho, el gobierno actual se considera el más pro-chino de la historia de Nepal, ya que ha establecido amplios vínculos políticos, comerciales y económicos con Pekín. Sin embargo, estas inversiones y proyectos de construcción no han conseguido mejorar realmente la vida de los nepalíes.

Son precisamente estas condiciones las que han empujado a la juventud nepalí a levantarse. En los últimos años hemos visto levantamientos similares en Sri Lanka, Kenia y Bangladesh. Se trata esencialmente de diferentes eslabones de una cadena mundial de rebeliones contra el capitalismo en crisis, que demuestran que las condiciones de los trabajadores en todo el mundo van de mal en peor. El movimiento nepalí ha puesto una vez más al descubierto la bancarrota total del biestatismo y el reformismo. Ha dejado claro, una vez más, que las reformas superficiales, las concesiones simbólicas y los cambios cosméticos no pueden alterar el destino de las masas explotadas. La nueva generación -consciente o inconscientemente- anhela un proceso revolucionario que pueda arrancar de raíz el sistema capitalista. Sus aspiraciones y reivindicaciones reflejan claramente este ardiente deseo. Pero estas demandas requieren un programa y una estrategia marxistas.

La situación actual suscitará inevitablemente nuevos debates teóricos entre los elementos serios y honestos del movimiento maoísta que aún conservan instintos revolucionarios. Para las personas que han librado valientes luchas -incluida la lucha armada- por una vida mejor durante décadas, una verdad se hará ahora más evidente que nunca: sin liberarse del capitalismo, no se puede lograr la liberación de clase, de género y nacional. Sobre todo, las capas más activas políticamente y conscientes teóricamente de la juventud obrera extraerán lecciones cruciales para el futuro tanto del pasado como del presente. No se puede descartar la posibilidad de escisiones dentro de los partidos existentes y la aparición de nuevas tendencias políticas.

En las condiciones actuales -no sólo en Nepal sino en todo el mundo- es tarea de las corrientes que rechazan el peso muerto del gradualismo y el estapismo y ponen su fe en el programa del socialismo revolucionario vincular las aspiraciones de las masas con el objetivo de la revolución socialista mediante un programa de transición. Sólo por este camino podrán las masas trabajadoras liberarse de la humillación y devastación sin fin impuestas por el capitalismo imperialista en el Sur de Asia y en todo el mundo

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