En “A quién pregunte qué soy”, la voz poética de Naty Menstrual responde: “Soy macho y hembra, / mujer santa y bruja vieja. / Soy mierda y perlas, / soy la manzana de Blanca Nieves, el beso de amor de la Bella Durmiente el zapato transparente de la Cenicienta. / Soy una reina, una sirvienta, / una esclava de la pija / una monja que reza”. Quien quiera conocerla en persona, puede verla cada día, en la calle Perú 622, donde, en un perchero, cuelga y vende su arte en remeras y buzos; mientras, la charla con cada transeúnte se convierte casi en una sesión de psicoanálisis y el banco de la vereda, en diván. La gente pasa y la saluda, porque, como Naty dice: “Hace 26 años que vivo en San Telmo. Naty Menstrual nació acá. Soy un ladrillo más del empedrado. Conozco hasta los faroles”. También hay Naty en la película Mía (Javier Van de Couter, 2011), en el corto Todos somos raros (Diego Zanotti y Juan Ignacio Temoche, 2012) y en el ciclo de entrevistas Mundos (de la productora Kuleshov Cine). También, en las frecuentes lecturas performáticas en el bar La libre, donde en su voz se reconoce su paso por la carrera de locución. Y asimismo, en el podcast, Mierda y perlas, de reciente estreno en Spotify, con cinco poemas, seguidos de conversación conducida por Matías Montano. Más adelante, sucederá “Sudacas caóticas”, un encuentro entre el 16 y 18 de octubre en Buenos Aires, que ya convocó a la autora de Batido de trolo (Editores ignorantes) y Continuadísimo (Eterna Cadencia).
—¿Cómo surgió hacer el podcast y cómo se concretó?
—Un fan me vino a conocer a La Greco, un bar gay, y vino de nuevo, a La libre, con un amigo. Salió la idea de hacer algo. En una casa, donde estaban los equipos, grabamos. En el departamento del fan Mati Montano, hicimos las fotos. La fotógrafa me conocía y no quiso cobrar. Con la gráfica, pasó lo mismo. “Hija de puta, te conoce todo el mundo”, se reía Mati. Fue un montón de laburo. Al final fue un parto: tuvimos un bebé.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
—¿Te reconocés famosa?
—Me meto en internet y estoy en todos lados. Hay análisis que hacen sobre mi literatura, en Estados Unidos, en Francia: ni los leo porque son un muerto, pero es interesante. Te hace bien que la gente te reconozca y tenga buena onda. Pero la fama es la gente de la tele o de Hollywood, gente que no puede caminar por la calle o tomar un colectivo. A mí eso me rompería las pelotas.
—¿Cómo es una vida artística autogestiva?
—No es fácil. Hubo una época en que era más fácil. Ahora estoy viviendo la peor época de mi vida y eso que las pasé todas: tengo 56 años, aunque en Facebook dice otra edad. Mi hermano mellizo se ríe: “Somos mellizos, pero cumplimos diferentes años”. En mi época de furia caliente, puse que había nacido en el 75. Pero nací en el 68. Antes yo vendía mis remeras, buzos y cuadros y despachaba. Ahora no hay extranjeros y el país está muy caro. Igual, vendo baratísimo y pago un alquiler muy barato. Vivo humildemente por más que me recontra monte. Pero en estos tiempos no hay que tirar la toalla. Hay que sobreponerse y seguir haciendo cosas.
—¿Por qué en tu literatura y tus performances abundan las referencias sexuales?
—Mi literatura está hecha de vivencias. Por eso ahora estoy en una meseta de escribir, porque mi vida fue cambiando con el tiempo. Dejé las drogas, dejé la noche, dejé la pija. De repente, me pregunto ¿qué escribo? Tendré que recurrir a otras cosas, a la vida misma. Hay algo adentro que lo puedo sacar e intentar. Escribo cuando estoy más oscura. No tengo de qué hablar porque soy más feliz.
—¿Dijiste que dejaste tu vida en el plano sexoafectivo?
—Yo ya estoy jubilada, retirada. Tuve una pareja siendo gay y después tres amantes fantásticos. En la vida, ¿cuántas veces te cruzás con una persona que realmente te mueva los cimientos? Pocas veces: dos, tres. Lo demás es cotillón. Aparte, ya me cansé de ser depósito del deseo del otro sin intercambio real. Eras un agujero, una boca y nada más. Los besos no existían, ni las caricias, ni los mimos. Entonces, no.
—¿Cómo nace tu ser actriz?
—Soy actriz, sí, actúo también cuando leo mis cosas. No sé si podría ser capaz de hacer una película y llorar. Estuvo muy buena la experiencia de la película Mía y en Siglo de Oro trans el director (Pablo Maritano, para el Complejo Teatral de Buenos Aires, en 2020) me la hizo parir, pero la experiencia fue interesante a nivel grupal. Yo veía mucho cine argentino de la época de oro, en blanco y negro, con mi abuela. Me encantaban las escaleras de mármol y ver a Zully Moreno, con esos vestidos, peinados, sombreros, guantes. La actuación viene de ahí: la pose, la ropa, la fantasía.
—¿Cuál es tu vínculo con la televisión?
—La verdadera trava molesta a mucha gente. A mí me dicen que tendría que estar en la tele, pero la tele te absorbe, te chupa, te pica y te escupe. Yo fui la única que me enfrenté a Chiche Gelblung, que es un sapo viejo asqueroso. Me dijo: “Estás muy elegante, muy divina, pero tenés voz de macho”. Yo le dije: “Vos pensarás que todas las travestis tenemos que tener voz fina, pero es como si yo pretendiera que todos los periodistas maltrataran a sus empleados como hacés vos”. Él manoseaba a las mujeres y nadie decía nada. Se quedó duro y de ahí en más me odió.
Helados y obscenidades
A.M.
—¿Qué cosas te dan miedo del presente?
—No tengo miedo. Conozco muchas cosas del lado de adentro. Estoy en contra de “crímenes de odio”, “travesticidio”, “femicidio” porque está de moda ponerle un nombre a todo. A los pobres también los matan; a los pibitos, con un revólver o de hambre. Y eso no tiene nombre. La injusticia no es con la trava solamente. Es con la trava, con los negros, con los pobres. El lujo es obscenidad. Un árabe con 50 mil palacios es obsceno. Una pija, un culo, tragarse la leche o una milanesa de caca en un calzón, eso no es obsceno para mí; la suciedad está en vos. Todo depende del cristal con que se mire.
—¿Qué cosas te dan miedo del futuro?
—El sufrimiento, el deterioro. Ella quiere morir espléndida, jaja. Pero la vida es una lotería. Quiero morir joven, de un paro cardíaco, no sentir nada, pero por ahí te toca estar torcida durante seis años y te babeás. O por ahí te atropella un colectivo. Y por ahí sigo poniéndome un peluche rojo siendo una vieja de 70 años.
—¿Qué cosas te gustan?
—El helado, la pasta, el mate, pintar, escribir cuando me sale y me gusta estar con amigos. Amo a José Sbarra: es desgarrador, tiene humor, ironía y oscuridad. Me encanta Marosa Di Giorgio. Me encanta Abelardo Castillo: un nivel de ternura impresionante, mezclado con crudeza.
—¿Qué cosas te duelen?
—Que se está terminando una era y que se está terminando mal. Me duele ver cómo nos hacemos mierda.
—¿Qué cosas tenés ganas de hacer?
—No me interesan las vacaciones, no me interesa viajar por el mundo. Vivo hoy. Salgo a la calle y me sorprendo.