El riesgo de jugar con fuego

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1. ¿Qué país –y qué mundo– es aquel que se escandalizaba en 1985 cuando el presidente trataba de “mantequita, llorón y quejoso” a un líder opositor y parece tomarse indulgencia o con cierto humor en 2025 a otro presidente que trata de “burro eunuco” o “pelotudo” al gobernador de la provincia más poblada? ¿Qué cambió de Alfonsín a Javier Milei? ¿Qué pasó con las ideas, con el lenguaje? ¿Cuál es el valor de la racionalidad en la política? ¿Tiene sentido “dar la palabra”?

2. Hace 42 años, con una democracia incipiente, el entonces presidente Raúl Alfonsín declaraba su “política de guerra”. La CGT, liderada por Saúl Ubaldini, se oponía tanto al plan económico como a la incipiente idea de la “democratización sindical”. Ubaldini terminaría haciendo trece paros contra el gobierno. Por entonces, ya iba por el segundo. Es más, en dos actos, en Formosa y Mendoza, había lanzado un ultimátum: en dos actos diferentes, frente a trabajadores de Formosa y Mendoza, había dicho: “Ya cubierta la cuota de la mentira electoral, les tenemos que decir: o cumplen con la reactivación de la política socioeconómica o se van”. La reacción del presidente por entonces habla mucho de la política de entonces –y de la enorme diferencia de códigos con la actualidad–. En su discurso del 17 de mayo, en Trelew, el presidente no nombró a Ubaldini por su nombre. Y antes del párrafo que la historia recordó “mantequita y llorón”, habló de algo que parece borrado del discurso de nuestros dirigentes: de la necesidad de una dimensión ética de la política. Y agregó: “Conozco que a veces aprietan los dientes, pero están dispuestos por seguir adelante para afianzar esta Argentina que nos merecemos y soñamos y que no es otra que la que soñaron los hombres que nos dieron la nacionalidad. Aunque algunos mantequitas están llorando y quejosos (…) queremos resolver cuanto antes los problemas, pero no los vamos a resolver con llorones que se ponen frente al pueblo para decirles que hay que cambiar la economía o que se vayan”.

3. La política de entonces, hace cuarenta años, se escandalizó ante el comentario del presidente. El mismo Carlos Menem salió a pedirle calma a Alfonsín. También a Saúl U-baldini. Lo que era un comentario enérgico, por entonces, se transformó en un debate cualquier cosa menos frívolo. Una democracia incipiente entendía algo esencial: en un régimen institucional las formas son el fondo. Y no es una cuestión de Gestalt. No es un formalismo: el insulto, como herramienta política, habla no sólo de formas deterioradas: también describen que algo del pacto esencial comienza a perder vigencia.

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4. Juan Grabois lo sintetizó cabalmente: “Javier Milei Milei puede ser mi enemigo político. El que no puede ser mi enemigo es el presidente de la Nación”.

5. El jueves, en un congreso de su propio partido, el Presidente, siguió con una saga que se inició cuando se refirió a Axel Kicillof de múltiples maneras. “Pichón de Stalin” y “pelotudo”. Ante el clamor de alguno de sus adherentes, que lo llamó “burro”, tuvo una asociación que, por curiosa, ya no sorprende. Agregó: “sí, pero sin la característica que todos sabemos de los burros. Es un burro eunuco”. Sí: al presidente de los argentinos le dicen burro y lo primero que piensa es “pene grande”.

6. Hay un aspecto psicológico en ese insulto y en tal asociación. Milei hizo una estrategia política cuyo soporte intelectual recuerda al de varias hinchadas de fútbol. El triunfar conlleva el sodomizar. Así, los economistas son mandriles, los posibles socios del PRO que no aceptan que se vulneren las leyes “la tienen adentro”. Su línea argumental termina con escatologías quizás más infantiles, que incluyen las alusiones a la materia fecal. Nada que no haya sido analizado por el psicoanálisis y las diversas escuelas de la psicología.

7. La utilización por el mismo Presidente del término “loco”, ejemplificada en su propia elección del tema Balada para un loco, en el momento de su asunción presidencial, habla de una sociedad dispuesta. Se acepta una ética de la transgresión: el loco no es que el delira, el que está profundamente deprimido, sino que es el que pervierte ciertas normas. ¿Cuánto se transfiere de la locura autoasumida como tal a la locura que la sociedad acepta para sí?

8. Para el psicoanálisis, decía Freud, “dígame cualquier número, cualquier nombre y no es un hecho azaroso (…). No hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no obedezca a un determinismo”. Así, el insulto no es algo arbitrario, sino que cumple una función, y es la de producir un alivio psíquico, facilitar las cosas cuando están difíciles de enfrentar (citamos textual de la página Psicoanálisis/Lacan Freud).

9. Es más fácil decirle “pelotudo” a Kicillof, “sorete” a Horacio Rodríguez Larreta o “mogólico” a Ignacio Torres que discutir sus argumentos y razones. El insulto no es solo descarga. También es una manera de cargar contra el adversario. Correr el límite de lo decible es también correr el límite de lo aceptable.

10. La reflexión que se impone es la de la relación entre la palabra y la ley. La ley es un tipo de palabra muy especial, que trasciende a las personas. Cuando rige –en serio– la ley, ésta está por encima de los enunciados individuales, una voluntad. Vale más lo escrito en la Constitución que en una red social. Hay que recordar que el mismo día de los insultos a Kicillof, Javier Milei se jactó de su crueldad.

11. El 1° de mayo de 1974, antes que Alfonsín, otro líder político argentino, se enojó. Tanto, que también apeló al insulto. Ante las protestas de la Juventud Peronista en plena Plaza de Mayo, Juan Domingo Perón dejó su rol de “león herbívoro” y mostró toda su irritación contenida. Fue el día del célebre: “imberbes y estúpidos”. Sabemos lo que desató ese insulto, en una época muy distinta. Todo lo que pasó después fue el corolario de esas palabras. La sociedad debiera tomar nota de aquello de Octavio Paz, en El Arco y la Lira: “Hechas de materia inflamable, las palabras se incendian apenas las rozan la imaginación o la fantasía”. Jugar con las palabras es también jugar con fuego.

*Periodista.

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